lunes, 27 de junio de 2011

Ayer

El amanecer nos atacó a traición; como si el sol naciente se aliase con los hombres en el deseo 
de destruirnos. Los distintos sentimientos que nos agitaban, de aceptación consciente, de rebelión 
sin frenos, de abandono religioso, de miedo, de desesperación, desembocaban, después de la noche 
de insomnio, en una incontrolable locura colectiva. El tiempo de meditar, el tiempo de asumir las 
cosas se había terminado, y cualquier intento de razonar se disolvía en un tumulto sin vínculos del 
cual, dolorosos como tajos de una espada, emergían en relámpagos, tan cercanos todavía en el 
tiempo y el espacio.....     
       
                       los buenos recuerdos de nuestras casas. 



En un viaje hacia la nada, en un viaje hacia allá abajo, 
hacia el fondo.
Desde el Ka–Be no se oye bien la música: llega asiduo y monótono el martilleo del bombo y 
de los platillos, pero sobre su trama las frases musicales se dibujan tan sólo a intervalos, a capricho 
del viento. Nosotros nos miramos unos a otros desde las camas, porque todos sentimos que esta 
música es infernal.

Renuncio

Renuncio, pues, a hacer preguntas y en breve me hundo en un sueño amargo y tenso
Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y muchas veces no 
aquéllos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los que saben callar y respetar el silencio ajeno


 Allí recibimos los primeros golpes: y la cosa fue tan inesperada e insensata que 
no sentimos ningún dolor, ni en el cuerpo ni en el alma. Sólo un estupor profundo

Quien seas

Concédeme la serenidad para aceptar 
las cosas que no puedo cambiar,
coraje para cambiar las que puedo 
y sabiduría para poder distinguirlas.
Todo es adrede. Todo hace trizas el alma.

Juega

Peléate con el árbitro, cambia las reglas, haz trampas, no olvides tus heridas, pero juega...
como si no hubiera un mañana.




              No se trata de ganar o perder sino de cómo juegas.